¡Hola!

¿Cómo va todo? Me da gusto encontrarnos de nuevo.

Como tal vez aquellos de ustedes que me conozcan ya lo sepan, me gusta correr.

Corro largas distancias. De esas que hacen que no pocas veces la gente me diga cuán loco estoy. Pero también, son esas carreras y el entrenamiento para ellas, las que me han permitido darme cuenta cuán parecido es la práctica de correr al desarrollo espiritual y finalmente, a la vida misma.

El domingo pasado corrí por segundo año consecutivo el Maratón de la Cd. de México. Fueron 42 kilómetros llenos de alegría y determinación, pero también de miedos e incertidumbres.

Y es justo ese contraste lo que lo vuelve como la vida. Al entrenar, hay días o incluso kilómetros, en que te va muy bien y otros en que te va muy mal. Lo interesante es darte cuenta que ese mal momento, no te define. No eres “mal” corredor o persona, sólo hay días más duros que otros. ¿Por qué? porque así es la vida, así es nuestra condición humana. Algunos días tus certezas y fuerzas son de un modo, otros días cambian, pues nada permanece inmóvil. Y aunque nos guste más ir en la cresta de la ola, siempre podemos contar con el cíclico comportamiento del Universo; esa ola ha de bajar para poder permitir la creación de nuevas olas.

Apreciar este ciclo en mi interior en el transcurso de unos pocos días o de unos pocos kilómetros, es algo que sólo me ha sucedido meditando y corriendo.

Es en ambas actividades que puedo detectar a ese oponente dentro de mí que le gusta decirme que no soy capaz de lograr lo que quiero, que los viejos condicionamientos son más fuertes que mis deseos y que seguirán rigiendo mi vida. Ese oponente que me ha llegado a decir que ni siquiera vale la pena intentarlo. 

¿Pues sabes qué? así en la vida, meditando o corriendo, ¡ese oponente miente!

Y correr me ayuda a ponerlo en evidencia. Muchas sadhanas o prácticas espirituales y muchas técnicas activas de meditación, se centran en cansar al cuerpo físico, pues gracias a ello, el ego baja la guardia y los mensajes de tu Ser y del Universo, encuentran resonancia en ti. ¿A poco no has notado que cuando estás muy cansado, piensas menos? Y cuando piensas menos, sientes más… punto.

Gracias a que corro, me hago más consciente de mis limitantes actuales y por tanto de mis áreas de oportunidad. No repelo de quién soy, acepto todo tal y cómo es y una vez ahí, me es más fácil crecer.

No sé la de ustedes (bueno, sí sé), pero a mi mente le fascina hacer comparaciones de todo, ya sea para decirme que no soy lo “suficientemente bueno” en algo o para darme una ilusoria sensación de superioridad sobre los demás, como cuando alguien va más rápido que yo y mi mente dice: “seguro no correrá tan lejos como tú”.

Bueno, pues al correr descubro con más frecuencia esas trampas de la mente y tengo repetidamente la oportunidad de decirle que nada de eso en realidad me importa.

Que lo que a mí me importa tan sólo es echar a andar; tan sólo ser una mejor versión de mí mismo; que me interesa correr para mantenerme quieto y alcanzar un poco de silencio y vacío; que busco darme cuenta que es mi corazón y no mi mente quien me llevará a lograr hazañas inimaginables; que me importa más ser empático, solidario y compasivo conmigo y con los compañeros de viaje. que ser competitivo y obsesionarme con el triunfo; que no me importan los tiempos ni los números, propios o ajenos, pues mi espíritu no sabe de eso; que me importa vivir mi presente y no una meta alejada de mi “aquí” y mi “ahora”; que me importa fluir y soltar la ilusión de control que hasta ahora ha regido mi vida; que no me interesa ser más de lo que soy, pero que tampoco aceptaré menos de lo que puedo ser; que no me importa ir rápido si para ello he de ir solo, pues prefiero ir lejos y hacerlo acompañado.

Desde hace un tiempo. al correr voy envolviendo en una esfera de amor a toda la gente que encuentro en mi camino, y ¿saben qué? ha hecho mis corridas mucho más fáciles. Cuando dejamos de estar centrados en nosotros mismos y comenzamos a pensar en los demás, todas nuestras cargas se aligeran y toda preocupación cesa. Esto lo sabía de tiempo atrás en mi camino espiritual, pero no me imaginaba que funcionaría tan bien y tan pronto en mis salidas a correr. Si ofrezco amor a otros, el Universo se encarga de mí.

Con ello en mente, este Maratón decidí implementar una técnica que usan los rarámuri en la Sierra Tarahumara: dedicar cada kilómetro a un ser querido. Así que hice una lista de familiares y amigos que amo (algunos incluso ya fallecidos) y les dediqué uno y a veces dos kilómetros de mi carrera. Los visualicé corriendo a mi lado, dándome fuerzas para seguir adelante y yo dándole a ellos ánimo con los temas que los ocupan; diciéndoles cómo podíamos hacer esto juntos; comprometiéndome a terminar este kilómetro por y para ellos.

Te puedo decir que en verdad los vi y hablé con ellos durante el trayecto, y mi carrera se hizo mucho más amorosa y ligera.

Y es que hace miles de años cuando andábamos en tribu por las praderas, corríamos juntos por y para el colectivo, siempre con objetivos comunes esenciales: supervivencia, alimento, migración, cortejo, y actualmente cuando somos niños, corremos todo el tiempo para así aprender y crecer. Si me lo preguntas, el estado tribal y el estado infantil me parecen estados llenos de dicha, certeza y pertenencia, sentimientos que tanto extrañamos en las sociedades “civilizadas” de hoy en día.

Así que corro porque puedo volver a ser tribu y porque puedo volver a ser niño. Porque hacerlo complementa mi estado de dicha y certeza.

A lo largo de este andar en las pistas y en la vida, he descubierto que el verdadero reto y crecimiento comienzan cuando quieres detenerte; que lograr nuestras metas conlleva un acto de fe, pues hay algo que va más allá de nosotros que indudablemente acompaña ese camino; he descubierto que cuando quiero resultados inmediatos, mi riesgo de lesión y sufrimiento crece; he descubierto que como decía Buda, no hay destino alguno, sino que el camino ES el destino; he descubierto que la iluminación no surge del estrés de la actividad, sino de la calma de la recuperación; que aquello que conlleva crecimiento y valor, conlleva también atravesar algún nivel de dolor; he descubierto que así en la vida, meditando o corriendo, mientras me mantenga en mi presente, puedo lograr cualquier cosa… dando un paso a la vez.

Namaste.

OMar.

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